"Un filósofo definió al hombre como "un animal que sabe reírse" y otro como "un animal que sabe hacer reír". Si es cierta esta definición, entonces Chaplin debe ser el hombre más grande del mundo, ya que nadie ha hecho reír más que él.
Ayer por la noche también nos reímos.
La película se abre con una alegoría un poco rebuscada del problema "obrero contra máquina". Por un momento tuvimos miedo de que la película se convirtiera en una sátira social sobre las máquinas que, en lugar de facilitarnos la vida, nos la complican, y sobre los caballos de vapor que devoran a los hombres. Afortunadamente, Chaplin abandonó el problema. Afortunadamente porque un obrero no reflexiona sobre problemas tan abstractos como la vida y la muerte de las máquinas. Está demasiado preocupado por la vida cotidiana y sus quebraderos de cabeza como para interesarse en lo que hay en el horizonte.
La satisfacción fue, pues, general cuando Chaplin se quitó su disfraz de filósofo, que no le sienta tan bien como el de vagabundo ni mucho menos. Le vimos de nuevo como un mendigo sin hogar y le estrechamos entre nuestros brazos, el héroe solitario y pobre de la calle, al que queremos por la torpe presencia de ánimo con la que consigue superar todos los obstáculos de la existencia. Doblemente cómico, por ignorante de su propia comicidad, nos recuerda tanto a un pelele como al diablo en su caja, ejemplos clásicos de lo cómico. Es el diablo en su caja cuando consigue acabar solo con el motín de la prisión, sencillamente dejando que los fugitivos se den de cabeza contra la puerta de hierro que él abre cuando van pasando. Pelele, en las manos de la agraciada muchacha cuando, como camarero, canta y baila. Es el mejor hallazgo de la película, pero no el único. Hay en la película escenas tan inolvidable como las de Luces de la ciudad y La quimera del oro. Sería injusto detenerse en el hecho de que, junto a escenas geniales, hay otras que sólo son divertidas. En su conjunto, esta película es un acontecimiento, igual que lo han sido todas la de Chaplin.
Se ha hablado mucho de la testaruda aversión de Chaplin por las películas sonoras y de su apego conservador hacia la técnica del cine mudo. Dado el modo en que Chaplin, que es su propio director, construye esta película, verla es un descanso. Se dirige más a la vista del espectador que a su oído. La acción es conducida por las situaciones y mostrada por las imágenes. Lo que dicen los actores no tiene ninguna importancia.
La música y la palabra no son más que medio auxiliares, contrariamente a los numerosos contrasentidos artísticos a los que hemos asistido durante esta última temporada, en los que la acción se desarrollaba, a duras penas, a través de un diálogo tenso y difícil. La película de Chaplin está construida a partir de medios de acción cinematográfica, y en eso reside su fuerza. Pero hay que añadir que, en algunos momentos, la obcecación de Chaplin contra la palabra está mal dispuesta ya que, si bien es cierto que su propio silencio es benefactor en todos los casos, hay minutos en que el silencio de los demás no es natural, sobre todo cuando vemos el movimiento de los labios sin oír las palabras. Ahí, el silencio parece anacrónico.
Aparte de eso, Chaplin es un maestro en el arte de utilizar los medios del cine mudo, que son aún más adecuados para lo cómico que para lo dramático. Las escenas más conseguidas de la película muestran que busca sus ideas en la vida. Sabido es que cualquier escena de la vida, incluso la más seria, se torna cómica cuando se le quita el sonido. Hagan ustedes mismos la prueba. Pónganse algodón en los oídos y contemplen la vida y las gentes.
Algunos malintencionados han estado muy ocupados haciéndonos creer que Chaplin ya está de baja. Y eso no es así. Con la respiración entrecortada le seguimos en la derrota y nos alegramos con él cuando su astucia le comporta la victoria, pues bajo la comedia presentimos la tragedia: la lucha de los más débiles por encumbrarse.
Uno de los signos de los tiempos es la indiferencia por el mañana. Nadie sabe en qué consistirá mañana la vida. Esta incertidumbre perpetua agota los nervios, hasta el punto de que no encontramos nada que valga la pena. Ante eso Chaplin nos dice que no desesperemos ya que, aunque haya que andar por esos caminos, vale la pena hacerlo si son dos los que andan."
- Carl Th. Dreyer, 17 de marzo de 1936.
bacana, nego.
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